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Writer's pictureGerardo Ibarra

¿Por qué escribo lo que escribo?

Updated: Apr 15

Tengo la fortuna de tener una vida relativamente interesante, o mejor dicho, tengo la fortuna de que mi vida me lleve a conocer historias interesantes, lugares que me cuentan cosas, cocinas que me hablan con el humo de su leña, tazas de café que ocultan mensajes en la borra. Confieso que he viajado, que he aprendido de grandes maestros y que me he llenado los sentidos de los colores y olores de la tierra. Lo que tengo qué contar no es producto de mi ingenio, es la forma que tengo de entender y apreciar el mundo, escribir es reafirmar lo que he vivido.




Siempre me ha gustado escribir, contar historias, crear, compartir. Encuentro en la escritura un sentido profundo de descubrimiento y reafirmación. Usar el lenguaje escrito para darle forma y percibir las ideas es una herramienta de vida que uso todos los días.


En casa, cuando era niño, mi casa se mantenía siempre en orden, las cosas tenían un lugar, las camas estaban tendidas y en la cocina no había platos sucios (salvo cuando me tocaba a mi lavarlos), el único elemento que constantemente se encontraba de forma aleatoria por toda la casa eran libros, libros y más libros. Los muebles de la casa siempre lucían libros que cambiaban cada semana, las cajas llenas de libros y engargolados fueron ganando espacio a través de los años, el librero de pared a pared siempre estaba lleno e “in crescendo”.


Hasta el día de hoy, si uno husmea en el librero de mi madre, encontrará que detrás de la primera línea, hay otra fila completa de libros escondidos, como con pena.. Mi padre va dejando evidencia de su amor por la lectura y sus habilidades constructivas con asimétricas torres de libros que se van acumulando con las semanas.


Mi hermana y yo hemos adoptado las mismas manías, mesas que acumulan libros, recibos y tarjetas de presentación que ocupan el lugar de los siempre escasos separadores, la manía de salir de la librería con más de lo que pensamos comprar, cajas llenas de libros que ocultamos no por vergüenza, sino por falta repisas.



Consecuencia directa de éste entorno, el gusto por la lectura y el estudio me llevó a escribir. No lo cuento con pretensión, es sólo parte del entorno en el que me formé, con familia de académicos no se podía esperar otra cosa.


El gusto por escribir es un síntoma de la enfermedad de tener cosas qué contar. Independientemente al valor, la calidad o la importancia de lo que se cuenta, quien escribe lo hace porque las palabras, las historias, las ideas, los nombres y las sensaciones se agolpan en la garganta y en la punta de los dedos. La tinta y los caracteres son como el mezcal que va destilando la esencia de todo ese bagaje que se acumula con el paso del tiempo. Escribimos porque sentimos que debemos de contarlo, es así, es casi como un deber. Hacerlo con calidad, con valentía, con arte y con pasión, eso es otra cosa.


Escribo desde hace tiempo, pero creo que fue cuando terminé ingeniería con apenas 20 años que fui encontrando en las letras un efectivo mecanismo para lidiar con las dudas, los sueños y el rigor de la vida real. Al terminar la carrera me fui a Guadalajara sin conocer la ciudad y sin conocer a nadie pero con mucha confianza en mí y en el futuro. Bendita ingenuidad.


Ese año en Guadalajara fue el de la mayor bohemia que puedo recordar y no diré nada más al respecto, pero puedo declarar que lo que viví, fué de suficiente peso como para infundir en mí la necesidad constante de ese hermoso ciclo de retroalimentación que es leer y escribir.



Aún guardo viejos cuadernos en donde hacía notas, poemas y listas de supermercado, a veces me da por abrir esos cuadernos de pasta negra y lanzo una moneda al aire para ver si lo que leeré me va a provocar una sonrisa de orgullo o ese “cringe” que sólo puede generar aquello que fuimos y que envejeció mal, la pretensión.


Este no es mi primer blog, los anteriores se han perdido en el inmenso mar de la red, por desuso y olvido, todo cuanto he escrito ahí ha quedado diluido como azúcar en el café. Este promete ser el medio más constante y trascendente qué he logrado mantener hasta entonces.


Formas de mantener la constancia:


La talacha del diario


Confiarle la escritura a la inspiración es sumamente arriesgado. Esperar a que las ideas lleguen como epifanías puede dar como resultado largas épocas de sequía en donde nada se escribe. Picasso decía “que las musas te pillen trabajando”. Por eso, y gracias a la recomendación de mi amigo Jordan Campbell, periodista y hombre de acción de la vida real, me he propuesto sentarme a escribir al menos 30 minutos todos los días. En ocasiones tengo una idea clara que tengo qué desarrollar, a veces no tengo ánimo o idea de lo que quiero decir, sin embargo, me obligó a teclear las ideas que se me vengan a la cabeza. Esto tiene dos beneficios, el primero es crear el hábito y la disciplina de escribir, la otra es que puedo desarrollar la habilidad de redactar un texto aunque no venga de la inspiración, esto me ha permitido desarrollar piezas de texto de forma eficiente y en tiempos relativamente rápidos.


Pro tip cortesía del gran Hemingway. El detenía su jornada de escritura a medio párrafo o media idea, dejaba la frase pendiente para que al retomar la escritura pudiera comenzar de inmediato, justo en donde se quedó. Así evitaba lidiar con ese incómodo momento de no saber por dónde comenzar, James Clear, en su libro Atomic Habits, se refiere a esto como “eliminar la fricción”.


Desconfiar de la memoria


Otra práctica común que he adoptado, implica estar atento a las ideas que llegan sin previo aviso. Cada vez es más común que una idea me asalte la cabeza mientras entreno o mientras me doy un baño. En lugar de confiar en mi mala memoría para recordar la idea hasta el momento de sentarme a escribir, he abierto una carpeta de notas en mi teléfono en donde anoto la idea de inmediato, en desorden, con palabras clave o la idea principal.


Después, puedo acudir a esas notas para estructurarlas en un documento en donde organizo mis ideas y la estructura de su publicación. Tengo ideas de sobra que quiero desarrollar, tenerlas en lista de espera me ayuda con el punto anterior, me facilita tener todos los días algo qué escribir.


La obsesión compulsiva


Como último recurso, he diseñado unos tableros de control para llevar orden en el contenido y textos que voy redactando, no puedo negar mi naturaleza de ingeniero. La realidad es que tengo tableros de control para casi todo: mis finanzas personales, mi agenda, mi desempeño físico, personal y profesional, mi visión y objetivos de vida.


Los documentos con los que mantengo en orden mi contenido consisten en una listas donde sintetizo el contenido, el título, el tema en general y una liga al documento en donde está redactado el contenido, además, puedo señalar si tengo fotografías o material que acompañe el contenido y así como el medio en el que voy a compartirlo, ya sean redes sociales, blog, alguna revista u otro medio o plataforma. Algunos amigos me han dicho que ésto raya en la obsesión y que es un enorme trabajo diseñar y mantener estas tablas, pero para mi es todo lo contrario, diseñar sistemas y herramientas me permiten tener todo ordenado, ahorrar tiempo y tener más mente y corazón disponible para escribir e inspirarme.


Espero que ésta entrada, además de servir como ejercicio y desahogo, pueda resultar de utilidad para ustedes. Me encantaría discutir, leer y compartir no sólo los textos si no lo que hay detrás, por mi parte, mientras siga viajando y siga viviendo tendré algo qué contar y un motivo para escribir.

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