Siempre supe que quería irme de mi ciudad, el mundo me llamaba de muchas formas y yo siempre tuve la certeza de que el tiempo corría y cada vez faltaba menos para encontrarme con el día de mi partida.
No fue un evento o una idea en específico lo que me hizo comenzar una vida de vueltas y viajes, simplemente fue la clara intuición de que había mucho mundo por conocer y de que lo quería vivir a profundidad, no sólo como espectador. La noche de mi fiesta de graduación de la universidad, con 20 años y pocas certezas cargué mi maleta en la cajuela de mi coche y sin despedirme de mis colegas, me fui directo a la terminal para comenzar un viaje por el centro y sur de la república. Menos de unos mil pesos, suerte y trabajo en el camino fueron suficientes para estar más de un mes viajando por cinco estados de la república. No había marcha atrás, quería salir a explorar allá afuera.
Entre tantos viajes y mudanzas en éstos últimos quince años siempre me ha acompañado una pregunta que habita al fondo de cada maleta - ¿Viajas por escapar o viajas por encontrar? Es una pregunta que me hago constantemente cuando hago algún cambio, cuando decido posponer un regreso o cuando empiezo a empacar.
Todos los viajes buscan satisfacer una necesidad. Esta necesidad puede ser desde la más banal como tomarse una fotografía en un sitio popular en redes sociales hasta la necesidad primal de buscar alimento y seguridad. Este es el caso de los desplazados por guerra o por condiciones climáticas, por ejemplo. (me aterra reconocer que éstos cada vez son más).
Hay situaciones personales que pueden hacer insostenible la vida en un lugar o en la rutina y nos vemos casi obligados a escapar.
Hay personas que se sienten agobiadas y agotadas de su vida cotidiana, que no toleran su trabajo y cuyos viajes o escapadas de fin de semana son el único refugio temporal a esa insatisfacción, hay quienes viajan para alejarse de una persona o una situación y hay quienes viajan para escapar ficticiamente de sus propios demonios y problemas internos.
Existen otras situaciones en las que no escapamos, sino que buscamos. Salimos por curiosidad, por hambre, por ganas de explorar.
La insatisfacción y la curiosidad nos empuja a dejar el lugar en el que estamos y salimos en la búsqueda de nuevas experiencias, personas, lugares y emociones.
Este tipo de viajes y cambios a veces tienen un objetivo muy puntual, como estudiar una carrera, cumplir un sueño, aprender un idioma o buscar un trabajo, sin embargo hay otras ocasiones en que esa curiosidad y esa búsqueda no tienen una etiqueta específica, esos son los viajes que más me intrigan y de alguna forma, son los que más han movido mi vida.
Toda decisión tiene dos caras: Aquello que elegimos y aquello a lo que renunciamos.
Cuando viajamos, sabemos que dejamos atrás lo que conocemos, estaremos ausentes, nos perderemos de eventos, de personas, de días y lugares conocidos, pero a la vez, optamos por nuevas experiencias. En la balanza de mi vida, casi siempre lo que dejo va perdiendo peso frente a aquello que quiero encontrar, aunque no sepa exactamente de qué color se vista, ni cómo se llame.
Tal vez la búsqueda es el propósito.
¿Has escuchado el término FOMO? Fear of Missing out
FOMO es una patología psicológica descrita como «una aprehensión generalizada de que otros podrían estar teniendo experiencias gratificantes de las cuales uno está ausente». Este tipo de ansiedad social se caracteriza por «un deseo de estar continuamente conectado con lo que otros están haciendo».
Aquel miedo de perdernos aquello a lo que decidimos renunciar por haber elegido otra cosa.Al tomar la decisión de hacer un viaje o un gran cambio, evaluando aquello de lo que nos vamos a perder. Si me pusiera a considerar todo aquello que me estoy perdiendo: Lugares, personas, sabores, eventos, emociones, aprendizajes, caería una depresión profunda que me haría quedarme inmóvil.
Adoptando una postura más estoica y aceptando aquello de lo que tengo control, he llegado a reconocer que vivirlo todo será imposible, estar en todos los lugares viviendo todas las experiencias es algo imposible, sin embargo, aquello de lo que tengo control es mi propio proceso de experimentar la vida y la forma en la que reaccionó a esa experiencia.
He encontrado en los viajes una forma más profunda de experimentar y en el camino de los viajes he aprendido a valorar el aprenderme a quedar, disfrutar de casa y aprovechar los días de poco movimiento. Mantener el hogar, prepararme el café, recibir visitas.
Supongo que al viajar, he aprendido el verdadero valor de no tener que ir a ningún sitio.
Y que cualquier sitio es un buen lugar para viajar, pues la vida es la forma en la que reaccionamos a nuestras experiencias, sean cerca, sean lejos, sea estando sólos, sentados en el comedor de nuestra casa tomando un desayuno en silencio o colgados de un tren que nos lleva a ningún lugar.