¿Recuerdan la última vez que estuvieron frente al fuego?
Todos sentados alrededor sintiendo el calor de las llamas, con los rostros y las miradas brillantes por el reflejo del fuego, con la luz haciendo que las sombras bailen y nunca se queden quietas. El fuego tiene algo que nos atrae nos une en un sentido de cuidado: Cuidado de los otros, cuidado propio y cuidado al mismo fuego.
Mi visión de los viajes y el turismo se parecen mucho al acto de sentarse alrededor de del fuego.
La teoría del turismo sostenible nos lleva a crear una visión de conservar y mantener las mejores condiciones posibles de los destinos y sus personas. El turismo regenerativo nos lleva no sólo a conservar, si no a facilitar procesos que puedan generar valor, restauración y crecimiento en las personas que viajan, los anfitriones y los recursos del mismo territorio.
La visión que tengo para el turismo deja a un lado el enfoque tradicional en el que “el cliente es primero”, aquella forma anticuada en la que el turista (o su dinero) puede imponer su visión, sus gustos y sus tiempos sobre los demás.
Tampoco creo que los anfitriones y comunidades debían de estar al centro de todo, pues finalmente son sólo parte de la cadena de valor y de la experiencia del viaje y las personas que nos reciben son tan importantes como las que nos visitan. Mi visión particular pone al centro al territorio y su patrimonio.
¿Qué es viajar? Viajar es mover personas que viajan para visitar y disfrutar un destino distinto al que normalmente habitan. Viajar implica que los anfitriones puedan compartir los paisajes, la cultura y los servicios que ofrece un destino. Entonces ¿Por qué seguimos teniendo ésta visión antropocentrista en la que viajeros o anfitriones van primero y sobre todas las cosas?
¡El territorio! El territorio es el fuego que todos debemos de cuidar. El territorio es nuestra porción de planeta en la que nos toca crecer y prevalecer, nuestra cultura es un reflejo de nuestra relación con el territorio y es el mismo territorio el que nos ofrece sus atractivos para visitarlos y disfrutarlos.
Si el destino y el territorio resulta dañado, no tendremos lugares para disfrutar, los visitantes dejan de llegar, la economía comienza flaquear y se generan prácticas que atentan con la salud de la naturaleza y las personas mismas. Más importante que eso, la destrucción de un territorio implica la pérdida del patrimonio biocultural, de los servicios ecosistémicos, de la flora y fauna, de la salud del ecosistema y por ende, la salud de las personas que lo habitan y esto es mucho más grave que sólo perder el valor turístico.
Ésta visión implica poner el territorio y su patrimonio natural y cultural al centro. Visión en la que viajeros, anfitriones y otros actores nos sentamos alrededor, como frente al fuego. En una fogata, siempre sucede que sin un acuerdo específico de quién cuidará el fuego, todos permanecen atentos, observando y cuidando, quien está más cerca de la rama que tiene qué ser movida lo hace y siempre hay algún voluntario que se pone de pie para traer más leña y atizar el fuego. El fuego que nos alumbra y nos calienta a todos, es el territorio.
Poniendo al destino al centro y nosotros alrededor sin jerarquías, sin imposiciones, con su luz irradiando en todas direcciones y la luz alumbrándonos a todos, podemos tener destinos y viajes más bellos y trascendentes.
¿Cuál es la responsabilidad de los viajeros en esto? Informarse, leer, interesarse por el destino, su riqueza y su problemática, visitar los destinos desde una perspectiva viajera y buscar dejar sólo cosas buenas, amistades, derrama económica bien distribuida, comentarios honestos y recomendaciones consideradas y objetivas.
El turismo es una herramienta para la conservación y la regeneración de nuestro planeta y nuestras comunidades, de eso estoy seguro.