Desde la prehistoria, los seres humanos se han visto impulsados a ir más allá de lo que esconde el horizonte. Por necesidad o por curiosidad, la dopamina nos llevó a encontrar nuevos lugares, y mejores condiciones, nos empujó a seguir buscando un futuro que siempre podía ser mejor. Todos somos migrantes, viajeros, todos somos caminantes.
Nuestra mente salta de una idea a otra, nuestras entrañas se mueven dentro de nosotros, las señales eléctricas recorren nuestro sistema a enorme velocidad, nuestros cuerpos se levantan, caminan, saltan, se desplazan.
Habitamos un planeta que gira en su propio eje mientras orbita en una enorme elipse alrededor de su estrella. Ésta, junto con un montón de cuerpos celestes, navega dentro de una enorme galaxia que viaja a más de 600 km por segundo. Y esto sucede mientras el universo entero está en constante expansión explosiva.
“Somos una especie en viaje, no tenemos pertenencias sino equipaje. Estamos vivos porque estamos en movimiento. Nunca estamos quietos, somos trashumantes Somos padres, hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes” De nuevo Drexler.
Nos mueve una sonrisa, un compromiso, nos mueven los trenes y los coches, nos mueven los caballos y los ideales, pero desde que permanecemos erguidos, han sido nuestros pies los que nos mantienen en movimiento: cazar, correr, escapar, explorar.
El mundo sigue cambiando y avanzando a velocidades cada vez más rápidas. En una cultura cada vez más global, nos enfrentamos a la gran oportunidad de recorrer el planeta de una manera más fácil y rápida. pues con unos toques de nuestros dedos, podemos reservar comida, un auto o un avión a cualquier lugar.
Esta tecnología implica no sólo oportunidades y beneficios, también retos y riesgos potenciales. El exceso de movimiento nos pone frente a una apremiante necesidad: entender nuestros viajes y consumos desde una perspectiva más responsable, consciente y sostenible.
La sostenibilidad es el proceso de aprovechar los recursos existentes de tal forma que podamos conservarlos para que futuras generaciones puedan disfrutar de ellos. Es decir, sostener a través del tiempo nuestros socioecosistemas de tal forma que permita a las personas del futuro poder disfrutar de ellos, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos tienen el derecho a disfrutar un planeta sano.
Es innegable la tremenda huella transformadora que ha dejado el ser humano en el planeta. Nos olvidamos de que no habitamos fuera de ella, somos naturaleza y a ella siempre volvemos.El problema ha sido querer hacer las cosas a nuestro ritmo y a nuestra forma, aunque vaya en contra de los procesos de regeneración de los ecosistemas y sus especies. Seguimos jugando inconscientemente a llevar la máquina al límite, “dándole gas” al acelerador del planeta como si fuera una motocicleta deportiva. Las cosas pueden terminar muy mal.
Debemos replantearnos la forma en la que producimos y consumimos, Podemos cambiar nuestra forma de viajar y detonar el potencial de cada paso para construir espacios y relaciones más sanas siendo conscientes y responsables.
El transporte y los traslados son parte fundamental de los viajes y también, una de las actividades que genera mayor impacto ambiental en el planeta.
Todos podemos hacer pequeñas acciones que contribuyan a un movimiento más sostenible:
Utilicemos medios de transporte alternativos, propulsados con nuestra propia energía, caminemos más, juguemos más.
Visitemos un lugar con calma y consciencia estando más tiempo en un lugar en vez de cumplir con una lista interminable de cosas por hacer.
Hagamos consciencia de lo que producimos y lo que consumimos, investigando el origen y proceso de cada producto.
Viajemos de forma consciente, investigando la cultura del lugar, consumiendo en negocios locales y productos regionales.
Optemos por productos duraderos, que beneficien a más personas y utilicen menos recursos y menos reemplazos.
Sigamos viajando, sigamos en movimiento. De nosotros depende que los que vienen detrás, puedan disfrutar y crear sus propios caminos.