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Writer's pictureGerardo Ibarra

La zona de comodidad

Todos tenemos nuestra zona de confort. Esos espacios mentales, sociales y físicos en donde nos sentimos seguros y familiares, en donde podemos dominar los retos y podemos lidiar con lo cotidiano, es ese lugar y espacio en donde existen pocas oportunidades de crecimiento significativo y desarrollo, pero sí, mucha comodidad.


La idea de conformarme con la comodidad y formar parte del promedio siempre me ha resultado una idea que me aleja de la felicidad, estoy acostumbrado al cambio, al movimiento, al trabajo y a siempre nuevos estímulos, tal vez mi zona de confort está ubicada justo al centro del constante cambio.





Siempre he considerado que soy una persona que busca la felicidad y la autorrealización a través de las causas de servicio y desarrollo social y ambiental, no lo hago más por un sentido de autocomplacencia y sentimiento de propósito y utilidad personal que por un tema ético o moral.


Durante años, me rodeé de muchas increíbles personas que ponían sus talentos, su trabajo y sus ideales al servicio de causas que promovieron la sostenibilidad, el desarrollo y la justicia social. Abogados, diseñadores, empresarias, agricultores, mujeres de negocio, docentes, investigadoras. Personas cuyo propósito residía en dejar un mundo mejor que como lo encontraron.



Rodearme de éstas personas siempre fue y será una de mis más grandes fuentes de inspiración y ánimo, de éstas personas no sólo he aprendido lecciones valiosas, también me he inspirado del ejemplo de su lucha incansable por buscar un mejor futuro común. Sin embargo, estar rodeado de éstas personas me llevó poco a poco a encontrarme en una zona de comodidad en la cuál compartía mis ideas mi trabajo y mis sueños con personas similares a mi.


Mis ideas entonces resonaban con la de los otros, se retroalimentan con ideas ajenas y entonces, podíamos apoyarnos, entendernos y animarnos a seguir con nuestras causas. En algún punto de todo proyecto o carrera, ubicarse en un entorno así es fundamental, pues los retos trae la vida siempre se acompañan, no son menores y se llevan mejor en comunidad.


Conforme pasaron los años, mis acciones, mi discurso y mi campo de acción se fue definiendo con mucha mayor claridad, después de 12 años de búsqueda, encontré un espacio fértil para vivir mi ikigai y fue entonces donde decidí meter segunda. Rodeado de grandes aliados, el camino siempre se ve prometedor.


Viví durante tres años en Valle de Bravo, un pueblo en donde las ideas, los proyectos y las personas están en constante búsqueda de un futuro mejor. Muchos de los nuevos habitantes de Valle de Bravo, los colegas de la universidad y creadores de proyectos tiene siempre ideas frescas y están dispuestos a apoyar la de otros. Un entorno súmamente fértil, sumamente cómodo.


Después de un tiempo, comencé a darme cuenta de que estaba cayendo en una reconfortante trampa de confort y conformismo. Mis ideas resonaban con la de los otros, todos entendían de qué hablamos cuando discutimos sobre la academia, el cambio climático, la sostenibilidad y la regeneración, todo mundo entendía el propósito personal y del proyecto y de pronto, no había nada qué explicar, pero tampoco, había retos qué resolver ni mentes y corazones qué transformar, al menos no a nivel persona.


Hablar de los temas que me interesan e indignarme por aquello que consideraba una injusticia era lo más sencillo, pues quien me rodeaba estaba en la misma sintonía. Una peligrosa trampa de autovalidación y complacencia colectiva. No, el reto no estaba ahí en donde todos nos creíamos listos y buenos, el reto estaba afuera en donde resulta que no somos tan listos, ni tan buenos ni tan astutos, pero sobre todo, en donde los problemas son reales y las soluciones también.


Entendí entonces que era tiempo de salir del corralito de comodidad y empezar a hablar en distintos foros, empezar a relacionarme con personas y organizaciones que no resonaban al naturalmente conmigo, era hora de quitarme esa estúpida creencia de “si no estás conmigo estás contra mí” y generar un impacto en lugares en donde yo era un extraño, un forastero, ese siempre ha sido mi verdadero llamado.


Encontrar el tono de voz que compartiera los mismos mensajes, inquietudes y preocupaciones, pero en foros donde estas discusiones no eran tan comunes resultó todo un reto. Primero, porque en verdad hay términos, ideas y conceptos muy arraigados en el mundo del desarrollo y la academia que no pertenecen de forma natural a otros segmentos y otra, porque el ego intelectual a veces nos hace creer que no nos van a entender o que no nos van a escuchar.


Subestimamos no sólo el poder de transformación que tiene la acción directa y el discurso claro y bien trabajado, subestimamos también el interés y el valor que tenemos todas las personas por buscar formas más sostenibles y generosas de hacer las cosas.


Empecé entonces por tomar decisiones drásticas respecto a mi posición, reconociendo mi estado de confort decidí salirme de Valle de Bravo, en donde estaba rodeado de colegas y amigos, en donde hice mi maestría, en donde me convertí en docente de posgrado y donde cada semana aparecía un nuevo proyecto interesante.


Decidí hablar en foros distintos, buscar oportunidades y colaboraciones con marcas y proyectos más grandes y un poco fuera del radar de la sostenibilidad y la regeneración. Empecé a traducir el lenguaje a uno más generoso, amable y aplicable a los retos e inquietudes diarios de la gente real. Todos somos viajeros, todos somos humanos, todos necesitamos un entorno sano para florecer y vivir, entonces, por qué no salimos de nuestras pequeñas burbujas y zonas de confort y enfrentamos los retos desde otro ángulo.





Compartir un poco de mi intimidad, mis reflexiones y mi viaje personal ha sido uno de los mayores retos, conectar con las personas desde mi experiencia no ha resultado tan fácil como esperaba, pues soy una persona introvertida y privada, sin embargo, la forma más genuina de conectar y compartir un mensaje es a través de la honestidad y la transparencia. Salir de la zona de comodidad no sólo puede traernos un crecimiento personal, también nos plantea nuevas oportunidades para disfrutar y compartir. Salir de nuestras zonas de comodidad no sólo es conveniente y útil para nosotros, también, nos permite desarrollar nuevas habilidades y capacidades y con esto, podemos influenciar e impactar de forma positiva a quienes rodean y a quienes nos escuchan. Los grandes problemas socioambientales han surgido en parte, gracias a la comodidad y a la inagotable aspiración por tener más. Resolver dichos problemas va a implicar sacrificar algunas comodidades, salir de la zona de confort del consumo, la producción, la falta de empatía y el individualismo, va significar sacrificios pero sólo para migrar a un mundo más sano y más generoso para todas las especies, la humana y las no humanas. Salir de la zona de confort nos permite acceder a estados más profundos de bienestar y felicidad.




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