No me gustan los gatos, tal vez porque soy uno de ellos.
Siempre he creído que las personas tenemos rasgos y actitudes animales y en la mayoría de los casos son felinos o caninos. Nos encanta compararnos, buscamos las referencias que nos ayudan a entendernos e identificarnos, nos gusta definir, porque definir es entender y entender es sentirnos seguros.
Amo a los perros, me generan una sensación de bienestar y cariño. Quien me conoce sabe que si veo un perro (en especial callejero), no puedo evitar detenerme a saludarlo, si puedo, busco compartirle un poco de agua y cuando se puede, algo de comida. Los perros me conectan de una forma única y especial con la naturaleza y sin embargo, siempre me he sentido un felino.
En más de alguna ocasión me lo habrán dicho “eres un gato”, quiero creer que en un sentido no despectivo. Más de alguna ex-novia me habrá etiquetado de felino y aún no sé si ha sido para bien o para mal.
Mis movimientos pueden tener algo de felinos, lentos, con pose y con sospecha, a veces con cierto desdén hacia los demás. Juro que no es por prepotencia, es una manifestación de mi introversión. Me gusta el juego, pero sólo cuando yo quiero jugar. Como un gato que empuja las cosas de la mesa sólo para ver qué pasa, me gusta soltar palabras y comentarios al azar sólo por ver la reacción. Ver el vaso de cristal caer del buró y romperse en mil pedazos siempre me ha generado cierto placer. El humor incómodo e involuntario siempre ha sido mi favorito.
No me siento de nadie ni de ningún lugar y siempre encuentro un rincón templado para dormir. Me encanta condenarme a la amenaza de Sabina: Y si te vas, me voy por los tejados, como un gato sin dueño.
He aprendido algunos trucos felinos. Siempre caigo de pie. La vida ha sido buena conmigo y yo con ella. Nací con privilegios pero aprendí a caer siempre mis patas y tener las uñas afiladas y los ojos tiernos para cuando sea necesario.
De entre todas las cosas por las que me gusta sentirme gato, es por eso de las nueve vidas: estudiante, bohemio pretencioso, cantante por cervezas, bartender en Bolivia, trabajador social, godín con escritorio y extensión, carpintero, profesor, pintor al óleo de arte de motel, viajero, la pareja de, fotógrafo amateur. Aunque “si me dan a elegir entre todas las vidas, yo escojo la del pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo”.
Hace poco leí un artículo que decía que los gatos se domesticaron a sí mismos.
“De una forma totalmente felina, los gatos se tomaron su tiempo a la hora de decidir si saltar o no a los regazos de los humanos.” se lee en el artículo de NatGe Yo espero que como mis hermanos gatos, llegue la hora de decidir si saltar o no de una buena vez, porque las vidas se siguen agotando y yo sigo aquí, maullando a la luna.